»Alabad a Dios en su santuario; Alabadle en la magnificencia de su firmamento. Alabadle por sus proezas; Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza. Alabadle a son de bocina; Alabadle con salterio y arpa. Alabadle con pandero y danza; Alabadle con cuerdas y flautas. Alabadle con címbalos resonantes; Alabadle con címbalos de júbilo. Todo lo que respira alabe al Señor. Aleluya.«
Salmo 150:1-6
El último capítulo de los salmos es una invitación a alabar al Señor por todo lo que es, por todo lo que representa en nuestras vidas y por todo lo que ha hecho.
Dios merece nuestra alabanza genuina, sincera, de todo corazón; nuestro reconocimiento como hijos salvados de la ira venidera, del pecado, de la mentira, de una vida vana, de las tinieblas.
Merece ser alabado por habernos dado paz, gozo, tranquilidad, esperanza, futuro, sueños, y por todo lo que aún ha de hacer en nosotros.
¡Dios merece nuestra alabanza!